Me he creado fama de cascarrabias a pulso. Pero es que si te pisan podrás quejarte ¿o no?
Cumplimos treinta días sufriendo el servicio de autobuses que suplen el trayecto para los nueve meses que duren las obras en la red ferroviaria Zaragoza-Teruel-Valencia.
Renfe alega que le estamos costando mucho dinero. Lo entiendo, pero es que los abonos gratuitos de media distancia suponen un gasto en toda la geografía española y eso no lo está pagando Renfe, sino nuestros impuestos. Así que, si viajar de Teruel a Valencia o a Zaragoza no puede ser en tren, tendremos que disfrutar del mismo beneficio que madrileños, sevillanos o lucenses.
Pero no, no es el mismo servicio. Si logras reservar billete (con antelación y suerte, porque el número de plazas es ahora de la mitad), desde Teruel a Valencia o a Zaragoza, te encontrarás con dos autobuses a tu disposición, uno para los que van directos a una de esas ciudades y otro para los que se bajan en los pueblos. Pero…, ambos autobuses circulan juntos, porque “son los vagones de un tren”, me explican, e incluso el viajero que va directo está obligado a entrar a todas las plazas y rotondas rurales en las cuales ambos buses se juntan y aguardan un rato antes de volver a marchar. A veces sube algún viajero. Si pretendes viajar directo de Teruel a Zaragoza, por ejemplo, conocerás el centro de Cariñena, toda la extensión de Calamocha, de Monreal y Santa Eulalia…, quieras o no. Tres horas.
Tres horas en las que no podrás usar el baño. Los autobuses cuentan con aseo, pero nos informan que no se puede abrir. En mi último viaje, tres usuarios pidieron desesperados aprovechar la parada en Calamocha, mientras los chóferes disfrutaban del cigarrillo. Pero, ni el conductor ni ellos sabían que las estaciones en las que paramos están cerradas. Todas son un espacio fantasma. Así que debieron aliviarse como pudieron. Ni árboles, ni matorrales. No les cuento más, que todos giramos la cabeza hacia Oeste.
En el anterior viaje, un señor de cierta edad y evidentemente afectado por alguna bebida, tropezó, se cayó y, en su estación de destino se quedó tirado en la calle. Tuve que ser yo quien informara a emergencias 112. Ni al conductor ni al agente auxiliar de Renfe se les pasó por la cabeza una idea tan básica.
Entre un asiento y otro existe menos espacio que en un vuelo low cost. No se puede desplegar el ordenador, como se hacía en el tren, ni hay bandeja ni sitio. Tampoco se puede leer a partir del atardecer, las luces de lectura están prohibidas para el viajero de abono gratuito. Así que el personal se entretiene chillando por sus móviles, o escuchando videos, también a alto volumen. No vamos a pedir vagón silencio como si fuéramos de la capital
Este fin de semana no pienso viajar por no someterme a esta sarta de torturas. Si pudiera realizar mi trabajo en una sola ciudad, y no en dos, os juro que no iba a usar este servicio diseñado para que todo usuario se harte y acabe utilizando el transporte privado.
Santiago Gascón
Profesor Universidad de Zaragoza.